Hijo de Odin y Frigg, Balder destacaba no solo por su resplandeciente belleza, sino también por su nobleza y bondad, ganándose el afecto y la devoción de todos los dioses y seres en los Nueve Mundos del Yggdrasil. Pero sus sueños oscuros, plagados de sombras y temores, preocuparon a los dioses, quienes se reunieron para buscar una solución que protegiera al amado Balder de las tinieblas que acechaban su descanso.
Ante la angustia de Balder y la preocupación de los dioses, Frigg, la madre de Balder, emprendió una búsqueda por los Nueve Mundos para asegurarse de que ningún ser vivo o inanimado pudiera hacer daño a su hijo. Juramentos fueron tomados, promesas fueron hechas, y todas las criaturas, desde los más grandes gigantes hasta las más diminutas plantas, se comprometieron a no dañar al dios de la luz.
No obstante, para su desgracia, habría un solo ser que no había realizado la promesa, una pequeña rama de muérdago que se convertiría más tarde en su verdugo. Balder, el dios amado, vive ahora en la memoria de los dioses y en la esencia misma del mundo, recordando a todos que, incluso en la oscuridad más profunda, la luz siempre encuentra una manera de brillar. Con esto en mente, pasemos a conocer con exactitud como fue la muerte de Balder de principio a fin.
Las pesadillas que acechaban a Balder
Balder, el más bello y amado de todos los dioses, comenzó a ser acosado por terribles pesadillas que perturbaban su sueño y ensombrecían su espíritu. Noche tras noche, Balder se retorcía en su cama, atormentado por visiones de su propia muerte que lo sumían en un estado de inquietud y desesperación. De esta manera, el dios que solía ser el más alegre y radiante de todos, se transformó en un ser taciturno y melancólico, paseando por los pasillos de Asgard en silencio y sin hablar con nadie.
La preocupación de los dioses creció a medida que las pesadillas de Balder persistían y se intensificaban. Reunidos en el Gladsheim, el salón de los dioses, discutieron el problema y elaboraron una lista de todas las posibles amenazas que podrían poner en peligro la vida del amado Balder. Frigg, la madre de Balder y diosa de la sabiduría, emprendió entonces una misión por los Nueve Mundos, llevando consigo la lista y haciendo jurar a cada ser viviente y cada elemento de la naturaleza que no causaría daño a su hijo.
Desde los más grandes gigantes hasta las más diminutas criaturas, todos prometieron excepto una: el muérdago. La pequeña planta, aparentemente insignificante y joven, no fue considerada una amenaza y, por tanto, no fue incluida en el juramento. Frigg, confiando en su juventud y apariencia inofensiva, pasó por alto el peligro latente que representaba. Sin embargo, el muérdago, ignorado por su apariencia humilde, se convirtió en el instrumento fatal que llevaría a la tragedia.
El juramento roto y la vulnerabilidad del dios
El dios Loki, consumido por la amargura y el resentimiento hacia los dioses por haber desterrado a sus hijos, tramaba una venganza que sacudiría los cimientos de Asgard. Decidido a sembrar el caos y la desgracia entre los dioses, fijó su mirada en el amado Balder, el más bello y querido de todos ellos. Durante mucho tiempo, Loki vagó por los Nueve Mundos en busca de una manera de romper la promesa de protección que rodeaba a Balder. Exploró cada rincón y cada criatura en busca de una brecha en la defensa del dios de la luz. Sin embargo, todas las promesas eran sólidas, excepto una: el muérdago.
Decidido a aprovechar esta vulnerabilidad, Loki se disfrazó de anciana y se presentó ante Frigg, la madre de Balder, en busca de respuestas. Con astucia y persistencia, logró sacar de Frigg la revelación de que el muérdago, al oeste de Valhalla, no había prometido no lastimar a su hijo. Con esta información en su poder, Loki se dirigió al bosque y arrancó una gran rama de muérdago, con la cual fabricó una flecha mortal. En su corazón ardía la sed de venganza, y cada paso lo acercaba más a su siniestro objetivo.
¿Cómo el engaño desencadenó la muerte de Balder?
Regresando a la compañía de los dioses en Gladsheim, Loki, el astuto y resentido, encontró la oportunidad de sembrar la tragedia entre los inmortales. Observó cómo Balder, el amado dios de la luz, era objeto de diversión y risas mientras los demás dioses lanzaban proyectiles sin lograr herirlo. Sin embargo, Loki buscó al hermano ciego de Balder, Hodr, y le ofreció una forma de participar en el juego. Con mano hábil, Loki entregó a Hodr la flecha mortal hecha de muérdago y le indicó el camino hacia su hermano.
La flecha voló a través del salón, atravesánd de lado a lado y provocando la muerte de Balder. El dios de la luz cayó sin vida sobre el suelo, sumiendo a los dioses en un silencio abrumador. El dolor y la desesperación se apoderaron de ellos, mientras reconocían al responsable de aquel acto atroz. Hodr, el inocente instrumento del engaño de Loki, no podía enfrentar la mirada de los dioses llenos de furia y dolor. Loki, presa de su propia cobardía, huyó del lugar, sabiendo que la ira divina pronto lo perseguiría.
Los dioses, en su aflicción, comprendieron que la ley divina prohibía cualquier acto de violencia dentro de Gladsheim. Sin embargo, el clamor por justicia por Balder resonaba en sus corazones rotos. Mientras tanto, el cuerpo de Balder fue preparado para el último viaje, en el que su barco, el imponente Hringhorni, fue adornado con ofrendas y sacrificios. Nanna, su desconsolada esposa, se unió a él en la muerte, llevada por el peso del dolor y la pérdida. El fuego devoró el barco y las llamas iluminaron el cielo, llevando consigo al dios de la luz hacia el reino de los muertos, Helheim.